Chile es el país con la economía de mercado más dinámica de América Latina. Hoy se encuentra en una coyuntura delicada con muchos ciudadanos protestando en sus calles. A propósito, algunos han tratado de denostar al modelo neoliberal de desarrollo como el culpable de lo que está sucediendo en esa nación andina. El propio presidente de México, López Obrador, así lo ha insinuado. Se equivocan. Si hay un país que demuestra el éxito de las reformas orientadas hacia el mercado es Chile.

El gobierno democrático socialista de Salvador Allende (1970-1973) fue un fracaso económico. Esto no justifica, desde luego, el golpe de Estado en su contra y la imposición de una dictadura militar que duró 17 años (1973-1990). Yo repudio, sin miramiento alguno, las dictaduras de izquierda y derecha, incluyendo la de Augusto Pinochet en Chile.

Pinochet, frente al problema económico que enfrentaba, convocó a los llamados Chicago Boys para llevar a cabo un ambicioso programa de reformas orientadas al mercado. En un primer momento, esto terminó mal con una crisis durísima en 1982. El modelo se ajustó para corregir los errores. Por ejemplo, se permitió la libre flotación del peso chileno para evitar su sobrevaloración.

La dictadura, en realidad, no dejó tan buenos resultados económicos. Tomando en cuenta todo el periodo pinochetista, el crecimiento anualizado del Producto Interno Bruto real fue de 1.6 por ciento.

Por fortuna, la democracia regresó a Chile en 1990. Y, también para fortuna de ese país, los gobiernos democráticos sostuvieron las reformas para fortalecer al mercado. Las presidencias de Patricio Aylwin, Eduardo Frei y Ricardo Lagos continuaron por la senda del modelo neoliberal con éxito.

El crecimiento anualizado del PIB real per cápita en los 17 años después de Pinochet (1990-2007) llegó a un impresionante 4.4%. Los gobiernos democráticos hicieron algunos ajustes, sobre todo en el gasto público para reducir los niveles de pobreza. Gracias a una economía de mercado dinámica y programas sociales del Estado, la pobreza bajó del 40% de la población total a menos del 10 por ciento.

Hoy, Chile es el país latinoamericano más próspero. Su PIB per cápita nominal es de 16 mil dólares por habitante. En términos de paridad de poder adquisitivo, es de 27 mil dólares. Se calcula que para el 2022, los chilenos alcanzarán un PIB per cápita de 30 mil dólares por año.

Esto quiere decir que se convertirán en el tercer país americano en alcanzar el club de las naciones ricas junto a Canadá y Estados Unidos. Además, tienen una inflación baja de 3% anual y un desempleo del 7%. Nada mal. Ya quisieran los demás países de América Latina estar ahí, incluyendo a México.

Entonces, ¿por qué el malestar social que ha llevado a más de un millón de chilenos a protestar en las calles de Santiago?

Para contestar esta pregunta recurro a uno de los políticos vivos que más respeto. He tenido la oportunidad de entrevistarlo un par de veces y me parece una de las mentes más brillantes de la izquierda latinoamericana. Me refiero al expresidente chileno Ricardo Lagos.

Rocío Montes, de El País, le preguntó por qué del estallido social. Lagos respondió:
“La protesta es normal, por lo que ha ocurrido. Hay razón para salir a las calles. Teníamos un 40% de pobres y ha bajado a un 10% en las últimas tres décadas. Ese 30% tiene nuevas demandas. La primera, no volver a ser pobre, pero la segunda es la necesidad de que el Estado provea más bienes públicos de los que proveía antes. Bienes gratuitos que permitan tener una mejor educación, una mejor salud, una mejor vejez. En otras palabras, que la sociedad empiece a avanzar para que todos seamos iguales en dignidad. Es lo que el filósofo Norberto Bobbio llamaba un mínimo civilizatorio. Toda sociedad, dice él, tiene que tener algo en que todos los ciudadanos seamos iguales”.

Esto se resolvería, según Lagos, con una reforma fiscal para recaudar más dinero, cosa que ha sido imposible realizar por la falta de un consenso político producto de “una transición muy difícil a la democracia”. Chile “necesita un nuevo contrato social”, pero “la violencia no es la solución” a este problema producto de una sociedad más rica con nuevas demandas. “La violencia va contra el sistema democrático”. Tiene toda la razón.

El neoliberalismo funcionó en Chile. Los resultados así lo evidencian. Los chilenos ahora están en una situación diferente para dar el paso final y convertirse en un país rico con mejores estándares de vida y bienes públicos. Es un problema mejor al que tenemos en México, donde no podemos superar la trampa de los países de renta media.

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