odos lo saben: las mujeres son máquinas parlanchinas que no pueden parar de hablar (por teléfono, con sus amigas, frente al espejo o en la peluquería) mientras que los hombres son señores parcos y medidos, que abren la boca sólo cuando es necesario, ¿no?

No.

Hay estudios que indican que, en promedio, los hombres pasan unos 76 minutos al día chismeando con sus amigotes y compañeros de oficina, y las mujeres sólo 52 minutos. Según una encuesta de unos 5000 casos, al menos los temas de conversación ligera sí son los esperados: ellos hablan de amigos, de deportes, de mujeres, del jefe y del salario, mientras que ellas hablan de otras mujeres (cuándo no), de famosos y de cuestiones de modas y pesos. Suena demasiado estereotipado y tal vez responda a la muestra que se encuestó. Pero también se especula con razones evolutivas para el chismorroteo masculino (que definitivamente se realiza en el lugar de trabajo): compartir información y datos coloridos los hace parte del grupo, algo muy importante para la manada (o la hombrada, en este caso). En cierta forma, el chisme los acerca y, en algunos casos, a ellas las aleja. Tal vez la amistad masculina sea más simple y el tener temas comunes cementa esta comunión de machototes; la contrapartida femenina es más profunda, pero si la charla entra a jugar sobre la apariencia física, hay riesgos de que se pudra todo (dicho esto en términos científicos, claro).

Pero no son ellos los más chismosos: también es un mito el que ellas simplemente hablen más. Esto se demostró estudiando a cientos de estudiantes con un grabadorcito que registraba 30 segundos de sonido cada 12 minutos, que los conejillos llevaban puesto entre dos y diez días.

Y he aquí las cifras: el promedio de palabras de las chicas fue de 16.215 por día, en comparación con las 15.669 de los muchachos. O sea, sólo un 3% más. O sea, nada. Y esto es un paper en la revista Science, nada menos (otros estudios llegaron a conclusiones similares, incluso en algunos se demostró que los hombres hablan un poquito más que las mujeres, en promedio). Claro que los chicos eran muy variables en su locuacidad: el que menos habló emitió unas 500 palabras al día (como George de la selva) y el que más. ¡47.000! (sí, 50 palabras por minuto). Según los lingüistas, tal vez el estereotipo venga del hecho de que las mujeres reaccionan de manera muy diferente en las situaciones de conflicto: argumentan más y, obviamente, usan más palabras que los hombres –que saltan como macho hervido–, y seguramente tendemos a recordar bastante bien estos momentos difíciles en una relación.

Hay también cuestiones sociales involucradas: los hombres tendieron a hablar más en grupos mixtos, mientras que las mujeres eran más palabradoras cuando se compararon grupos del mismo género. Tal vez en los grupos mixtos los hombres se sientan más obligados a demostrar un cierto estereotipo de jerarquía.

Pero si se tienen en cuenta aspectos de la personalidad, ahí sí que se pueden explicar diferencias mucho mayores que las debidas al género. Por ejemplo, los extrovertidos de ambos sexos hablaron un promedio de 24.000 palabras diarias comparadas con las meras 8000 de los introvertidos.

Eso sí: si leemos toda esa bibliografía de Marte, Venus, mujeres que hablan demasiado y hombres con su costado emocional, nos va a parecer que, efectivamente, ellas saben hablar y ellos no saben escuchar. Pero convengamos en que esta literatura no suele tener muchas citas científicas.

Y no olvidemos la vieja historia de que las mujeres tienen que hablar mucho más que los hombres porque nos tienen que repetir varias veces las cosas…

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