Este año, el evento político nacional más importante serán las elecciones del próximo seis de junio, las más grandes de la historia. Por su naturaleza, serán unos comicios más locales que nacionales. En realidad, 32 elecciones en cada una de las entidades federativas. Sin embargo, tendrán una consecuencia nacional muy importante: el futuro del proyecto del presidente López Obrador.

Además de 15 gubernaturas, 30 congresos locales y casi dos mil ayuntamientos, se elegirá la totalidad de los 500 diputados federales. Hoy, la Cámara de Diputados está controlada por Morena y sus partidos satélites. Tienen el número de legisladores suficientes para cambiar las leyes, aprobar cada año el Presupuesto de Egresos de la Federación (PEF) y reformar la Constitución. Mejor, imposible. Bajo este panorama, el lopezobradorismo tiene poco que ganar en la elección comparado a lo que hoy tiene. En realidad, tiene mucho que perder.

En este sentido, preveo tres escenarios.

Primero, una victoria del lopezobradorismo para consolidarse como la fuerza política hegemónica del país. Esto implicaría que Morena y partidos satélites obtuvieran el número de diputados para mantener una mayoría calificada de dos terceras partes, como la tienen hoy. Además, que ganaran entre siete y quince de las gubernaturas que estarán en juego.

Sería, sin duda, un triunfo para el gobierno. Triunfo que le permitiría al presidente tratar de romper el bloque opositor que actualmente hay en el Senado y que le impide reformar la Constitución a su gusto. Con una nueva victoria electoral contundente, AMLO tendría el poder para atraer hacia su esfera de influencia a algunos senadores del PRI y PRD. De esta forma, lograría una mayoría calificada en ambas cámaras para reformar la Constitución, consolidar su proyecto y afianzarse como la fuerza política hegemónica rumbo a la elección de 2024.

El segundo escenario es el contario, es decir, una derrota del lopezobradorismo que lo convertiría en un actor semileal a las instituciones democráticas del país.

Aquí estamos hablando de que Morena y partidos satélites no obtuvieran la mayoría simple para aprobar las leyes y el PEF anual. Esto empoderaría mucho a la oposición rumbo a los comicios del 2024. López Obrador tendría que negociar con los diputados opositores (controlados muchos de ellos por los gobernadores) cómo repartir los recursos del presupuesto.

Sin embargo, este escenario generaría inestabilidad política. En toda su historia, López Obrador nunca ha reconocido una derrota electoral. Cuando ha perdido, siempre ha argumentado ser víctima de un fraude. No veo por qué sería diferente en 2021.

Si le va mal a AMLO en las elecciones federales y en las de gobernadores, es previsible que el presidente desconozca los resultados con la cantaleta de que le hicieron trampa. Muy al estilo de Trump en Estados Unidos, con una diferencia. Entre que éste perdió la elección y su sucesor tome posesión pasarán 78 días, jornadas muy duras que, como ya hemos visto, llegaron al asalto del Congreso de ese país por hordas trumpistas que se creyeron el cuento del fraude electoral. Aquí estaríamos hablando de tres años de un presidente alegando fraude con una Cámara de Diputados de mayoría opositora.

AMLO, que siempre se radicaliza cuando se siente débil o amenazado, muy probablemente haría eso: comenzar un largo proceso de radicalización para consolidar a su base electoral más leal (alrededor del 30% del electorado). El desgaste económico, político y social para el país sería inimaginable en este escenario del gobierno convertido en una fuerza semileal a las instituciones democráticas.

Queda, desde luego, un tercer escenario: el intermedio. Ni una victoria ni una derrota contundente. Que Morena y partidos satélites consigan mayoría simple en la Cámara de Diputado, pero no calificada para reformar la Constitución, además de llevarse entre cinco y siete gubernaturas.

Creo que el presidente, que va por todas las canicas en la próxima elección, no quedaría satisfecho, pero tampoco se sentiría tan débil y amenazado como con una derrota. Bien podría argumentar que, a pesar de los malos resultados de estos años (pandemia, crisis económica, persistencia de la inseguridad), no le fue tan mal. Todo dependería de las expectativas que tenga.

Para el país, quizá lo mejor sea este escenario intermedio. En el fondo, todo dependerá de cómo interprete el presidente Andrés Manuel López Obrador los resultados electorales para el futuro de su proyecto político y cómo reaccione en consecuencia.

 

Twitter: @leozuckermann

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