«El dinero o la vida», era la frase que decían los ladrones en un asalto hace muchos años, aunque hoy en día dicen cualquier cosa más subida de tono. Ese enunciado vino a mi mente de manera constante con dos acontecimientos que marcaron la agenda semanal.

Por un lado, el Premio Nobel de Economía fue otorgado al estadounidense William Nordhaus por sus estudios sobre el impacto del cambio climático. Nordhaus empezó a estudiar el impacto del efecto invernadero en la economía hace más de cuarenta años, cuando esta área no le importaba a nadie e iba un poco como el salmón, a contracorriente. El economista propone un impuesto que grave las externalidades negativas, como la contaminación. El costo de la producción o del consumo pocas veces refleja el verdadero costo y el impacto social que puede tener un producto o una actividad industrial o empresarial.

Ese mismo día, el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático, (IPCC, por las siglas en inglés) perteneciente a la ONU, daba a conocer en Corea del Sur un informe sobre los impactos de un calentamiento global en 1,5 °C o 2 °C. El documento fue solicitado por la COP21 en paralelo a la adopción del Acuerdo de París y documenta la situación de emergencia climática en la que nos encontramos, basándose en más de 6.000 estudios científicos. Un aumento de 1,5 °C traería como consecuencias deshielo, aumento del nivel del mar, empobrecimiento en recursos hídricos, disminución de la producción agrícola, poner en peligro la biodiversidad marina y terrestre, daños para la salud, pérdidas económicas, incremento de la pobreza y un largo etcétera.

Mientras esto sucede a nivel mundial, buena parte de la discusión en México durante la semana giró en torno a dos temas que tienen un amplio impacto ambiental, pero que se defendieron en términos económicos: el ‘fracking’ en la extracción de petróleo y gas y sobre si se debe continuar la construcción del Nuevo Aeropuerto Internacional de México (NAIM) a costa de desecar el Lago de Texcoco. La defensa de ambos procesos se ha dado en el marco de un supuesto progreso económico, sin poner atención en el costo social de esas externalidades negativas de las que hablaba Nordhaus ya en 1973.

La discusión del ‘fracking’ se desató porque Andrés Manuel López Obrador dijo que prohibiría esta técnica de explotación en su sexenio. Pero, ¿qué es el ‘fracking’? Es una técnica que parte de la perforación de un pozo vertical hasta alcanzar la formación que contenga algún hidrocarburo, principalmente gas. Posteriormente, se realizan una serie de perforaciones horizontales que pueden extenderse por varios kilómetros.

A través de estos pozos horizontales se fractura la roca con la inyección de una mezcla de agua, arena y aditivos químicos a elevada presión que fuerza el flujo y salida de los hidrocarburos a través de los pequeños huecos. La fracturación hidráulica conlleva la ocupación de vastas extensiones de territorio, la disminución del agua disponible para consumo doméstico, contaminación del agua por los químicos empleados y el gas liberado, toxicidad y contaminación atmosférica susceptibles de provocar cáncer en un porcentaje mucho mayor al normal y emisión de gases que contribuyen al calentamiento global.

Javier Buenrostro, historiador por la Universidad Nacional Autónoma de México y McGill University.
Hoy la sociedad capitalista busca ser como el rey Midas: que todo lo que toque se convierta en oro y que vivamos en tasas eternas de crecimiento económico. Cuidado, que eso viene con un costo igual que en el mito griego.Javier Buenrostro, historiador por la Universidad Nacional Autónoma de México y McGill University.

Para el expresidente Vicente Fox, hoy accionista petrolero de la compañía Energía e Infraestructura México (Energy and Infrastructure Mexico, EIM) el ‘fracking’ es la solución de la pobreza. Ni más, ni menos. Frase hueca en un personaje que desperdició el bono petrolero y dañó a la democracia mexicana.

La empresa de Fox además estuvo asociada con American Energy Partners, cuyo director ejecutivo era Aubrey McCledon, pionero del ‘fracking’ en Estados Unidos con Chesapeake Energy y quien fue acusado de conspiración para manipular las licitaciones para la compra de petróleo y gas natural en Oklahoma. McCledon murió en un accidente automovilístico un día después que se formalizara la acusación por un jurado federal.

Pero no solo es Vicente Fox, sino muchos columnistas que hablan del ‘fracking’ como «una maravilla» ignorando o negando toda la problemática medioambiental alrededor de esta técnica. Pero no solo es medioambiental, económicamente también es un problema.

Ya en 2016, financieros en Estados Unidos señalaban que el ‘fracking’ es demasiado costoso y provoca un grave endeudamiento de las compañías del sector energético. Lo mismo piensa la Reserva Federal de Kansas City o el propio Rex Tillerson, quien fungió brevemente como secretario de Estado de Donald Trump y cuya trayectoria principal es haber sido director ejecutivo y colaborador de la petrolera Exxon por cuarenta años.

Para muchos ejecutivos financieros, la muerte de Aubrey McCledon marcó el punto final de una forma de hacer negocios en el campo petrolero. Pero nuestros comentaristas que aún no se enteran de eso un par de años después pueden revisar los libros de Gregory Zuckerman ‘The Frackers’ o el recién salido del horno ‘Saudi America: The Truth About Fracking and How It’s Changing the World’de la periodista Bethany McLean.

La polémica del NAIM revivió esta semana, ya que AMLO anunció que el próximo 28 de octubre se realizará una consulta para decidir el futuro del aeropuerto que se está construyendo sobre el Lago de Texcoco. Sobre esto escribimos desde febrero pasado en este mismo espacio del ecocidio que significa construirlo en los terrenos de este lago y los municipios aledaños.

Hoy, los que hablan a favor del aeropuerto nos dicen que el proyecto habrá de traer prosperidad económica y desarrollo. Una nueva gallina de los huevos de oro que nos queremos perder por ser unos ilusos románticos que prefieren el lago, la vida o el medioambiente al progreso de tener campos de golf para turistas donde se utilice todo el agua y los mexicanos puedan trabajar de cortadores de césped o meseros.

Esta columna no alcanza para describir todo lo que nos jugamos en esta consulta, pero somos muchos los que optamos por la viabilidad del medioambiente, del futuro hidrológico del Valle de México, evitar que aumenten las temperaturas (tal como lo anuncia el informe sobre cambio climático) o la destrucción de flora, fauna y cerros en esta geografía.

HENRY ROMERO / Reuters

En esta etapa del capitalismo salvaje que vivimos, la economía está acabando con la naturaleza, que es una fuente de riqueza de muchos de los mal llamados emprendedores. La naturaleza y el medio ambiente son un bien común y no solo externalidades negativas. En su artículo ‘El ecologismo fase superior del liberalismo’, Edgar Amador se pregunta: «¿Cuánto valen el Río Bravo, la Laguna de Chapala y la Laguna de Mayrán? Desecados o en peligro de desecarse debido al éxito económico». Hay un costo, una pérdida medioambiental derivada nuestro crecimiento económico. Y eso no lo paga el empresario sino que lo pagamos todos con nuestra calidad de vida y nuestro futuro.

Cuando éramos niños aprendimos lo paradójico de ser el rey Midas: poder convertir en oro todo pero estar a punto de morir de hambre. Bueno, hoy la sociedad capitalista busca ser como Midas: que todo lo que toque se convierta en oro y que vivamos en tasas eternas de crecimiento económico. Cuidado, que eso viene con un costo igual que en el mito griego, tal vez aquí sea la destrucción de la naturaleza o del colapso de nosotros como especie. Las propuestas de crecimiento económico en el capitalismo salvaje se parecen cada día más a esa frase que se pronunciaba en los asaltos: «el dinero o la vida». Yo, prefiero la vida.

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