Justo el jueves pasado dediqué mi último artículo de la semana a analizar una buena noticia —la cancelación de Estados Unidos de los aranceles al acero y aluminio a México y Canadá y la subsecuente suspensión de los aranceles que habían impuesto estos países a Estados Unidos en retaliación—, lo cual pavimentaba el camino a lo que sería una noticia aún mejor: la posible aprobación del nuevo Tratado Comercial México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC) en el Congreso estadunidense.

Justo ese mismo jueves, en su conferencia matutina, el presidente López Obrador anunció que solicitaría un periodo extraordinario al Senado para aprobar dicho acuerdo comercial en nuestro país. Todo iba viento en popa hasta que, por la tarde, el presidente Trump amenazó con imponer un arancel de 5% a todas las importaciones mexicanas el próximo 10 de junio, que aumentarían progresivamente hasta un 25% el primero de octubre, si México no resolvía la creciente migración de centroamericanos que cruzan por el territorio nacional rumbo a Estados Unidos a fin de solicitar asilo.

¿Qué ocurrió? ¿Cómo pasamos de una perspectiva positiva a una amenaza tan negativa?

La respuesta tiene nombre y apellido. Se llama Robert y se apellida Mueller.

El fiscal especial del caso por la trama rusa salió a hablar al público por primera y única ocasión. “Si hubiéramos tenido la certeza de que el presidente claramente no cometió un crimen, lo hubiéramos dicho; no lo hicimos”, sentenció el miércoles pasado.

La implicación es clara: a los ojos de Mueller, Trump sí cometió un delito. ¿Por qué, entonces, el Departamento de Justicia decidió no perseguirlo judicialmente como anunció el procurador William Barr?

Mueller lo respondió: las regulaciones de este departamento así lo ordenan. Un presidente no puede ser indiciado mientras esté ejerciendo su cargo. “Acusar al presidente de un delito no era, por tanto, una opción que podríamos haber considerado”.

Todo mundo en Washington entendió. Mueller estaba llamando al Congreso a comenzar su propia investigación. Varios legisladores demócratas volvieron a presionar a su líder, Nancy Pelosi, para iniciar un juicio de destitución del presidente (impeachment) en la Cámara de Representantes.

Trump sintió pasos en la azotea. El tema de una posible obstrucción de la justicia regresó, con fuerza, a los medios. Encolerizado, criticó a Mueller y volvió a referirse a su investigación como una “cacería de brujas”.

Vino, entonces, la decisión de adelantar su campaña de reelección. Como era de esperarse, debido al éxito que tuvo en 2016, agarró un palo y volvió a pegarle a una de sus piñatas electorales favoritas: México.

Nada mejor que cambiar el tema de Mueller y quedar bien con su base electoral que atacar a México. “Dale, dale, dale, no pierdas el tino, porque si lo pierdes, pierdes el camino”.

Igualito como cuando anunció su intención de competir por la Presidencia en 2016. Recordemos sus palabras: “¿Cuándo vencemos a México en la frontera? Se están riendo de nosotros, de nuestra estupidez. Y ahora nos están superando económicamente. No son nuestros amigos, créanme, pero nos están matando económicamente […] Cuando México envía a su gente, no están enviando lo mejor de sí […] Están enviando a personas que tienen muchos problemas, y nos están trayendo esos problemas a nosotros. Están trayendo drogas. Están trayendo el crimen. Son violadores”.

Por culpa de Mueller, que revivió la posible comisión de un crimen por parte de Trump, con el Partido Demócrata muy dividido y pasmado, el presidente adelantó su campaña de reelección para el 2020.

El próximo 18 de junio oficialmente lo anunciará en un acto en Orlando, Florida. Y, ni tardo ni perezoso, se lanzó a atacar a México. En una serie de tuits, metió en una licuadora todos los problemas que, según él, representa nuestro país para su vecino del norte: inmigrantes indocumentados, drogas, coyotes, narcotraficantes, violencia, pérdida de empleos por el libre comercio. Y prometió las mismas soluciones que en 2016: muro y aranceles.

Los tiempos electorales se adelantaron en Estados Unidos. La lucha por el poder ya empezó y, como en 2016, tendrá consecuencias muy importantes para México. Vienen tiempos muy difíciles en la retórica y en los hechos.

La pregunta es si el gobierno de López Obrador estará a la altura para enfrentarlos. De eso, hablaré mañana.

 

Twitter: @leozuckermann

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