La competencia de diversos factores contra la espiritualidad y la fe, ha llegado a  niveles tan atroces, que convierten a la muerte en lo que realmente es: salvajismo para propiciarla, atrocidad para mostrarla y hasta cinismo para presumirla ¿Por qué frente a películas que exhiben llagas y sangre en los castigos de Jesús, muchos de los espectadores lloran? ¿Qué propicia el aumento de quienes –funcionarios, especialistas, empresarios, profesionistas y hasta testigos comunes- se burlen, rían y minimicen el fin violento de la vida física de otros semejantes? ¿Cuál proceso ha llevado a la humanidad a no darle importancia al credo de algunos religiosos y si poner la fe en dioses diversos como sería, el dinero, la fama o el poder que aniquila al otro?

El tema es tan simple como complejo. Si eres de los que le dan un ápice de veracidad a los principios de la religión en la que te mueves[1] tienes un margen cuyos límites son fáciles de ubicar, de un lado está la fe y del otro la incredulidad. Por aquello de que “son muchos los llamados y pocos los escogidos” –Evangelio de Mateo 22:14-  resulta mayoritario el grupo de religiosos sociales, que participan en eventos como bautizos, confirmaciones, duelos, misas o servicios de gratitud por haber concluido tu ciclo de estudio o logrado un buen trabajo. En esta actitud de fingimiento para consumo de quienes nos miran, lo que priva es el cinismo, fundado por Antístenes, en el siglo IV antes de cristo. Los postulados de estos antiguos griegos, se comentaban en un gimnasio, como el no sentir pena por mentir, practicar doctrinas cuestionables, pero sobre todo el singular desprecio por convenciones aceptadas por la comunidad, así como por las instituciones que protegían tales modos de vivir.

Los cínicos de la Grecia antigua consideraban como el mayor fundamento de la felicidad una independencia tan irracional que caía en los terrenos del libertinaje, restringiendo al máximo las necesidades de vida externas, para lograr volver a un “estado natural” Luego de seis siglos de esta moda existencial ¿conoce personas, que prefieren no bañarse, vestirse con lo mínimo –lo cual por cierto pocas veces se lava- sin más accesorio que una suerte de morral, en el cual cargan sobre todo anotaciones de lo que se supone son las bases de su manera de pensar y actuar? Estos individuos aspiraban a identificarse con la figura del perro, por la sencillez y desfachatez de la vida canina. Usaban barba, llevaban alforja, cayado y practicaban juegos de palabras a manera de metodología. A aquellos que proponían ideas y teorías incomprensibles, siempre les ponían un gesto de humor o de ironía y si bien es cierto que su movimiento cínico, nunca alcanzó el nivel de escuela, si hacía prosélitos como hoy ocurre con algunos seguidores –conscientes o no- de dicho movimiento en cuyo discurso dicen no tener apego por lo material, aunque en la realidad hagan del dinero o el poder sus propios dioses.

Aun cuando nunca produjo frutos, dicho movimiento tan antiguo y superado es practicado hoy por los cínicos modernos, quienes parecen no sentir desvergüenza en el mentir, la obscenidad y en la defensa o a veces hasta práctica de acciones censurables. Los cínicos del siglo XXI son imprudentes, falsos y totalmente insensibles a las consecuencias de los daños que causan, careciendo del menor sentimiento de culpa por lo que ocasionan, justificando su actuar en la supuesta búsqueda constante de “su verdad”, como aseguró hace más de seis siglos su filósofo Diógenes de Sinope. ¿Cuántos ejemplos de seguidores del cinismo puede usted mencionar en esta semana? ¿Le parece que un cura oportunista cuya primera institución que señaló en tono de crítica fue la que le dio identidad y a la cual apela solo cuando le conviene, es un digno representante de los cínicos de hoy? Pareciera que el cinismo de quienes obtienen poder en el ámbito público son más imprudentes, desvergonzados y falsos que quienes lo hacen en el mundo privado ¿Se ha sentido burlado por vendedores de tecnología que la hora de la verdad no le cumplen lo ofrecido? ¿Hay siquiera una aproximación del descaro de los autores de fraudes cibernéticos robándoles sus recursos bancarios o personales en operaciones que en las instituciones jurídicas eligen no dar seguimiento por la posible culpa de cada uno de los que debieran hacerlo?

La versión moderna de los lejanos cínicos, parece contar día a día, con más adeptos. Con una sonrisa y una cantidad inimaginable de justificaciones, hay dirigentes autoritarios o dueños de empresas capaces de vender lo que debería desecharse –lo acabamos de ver en México, donde con dinero ajeno se han “comprado” más de una docena de empresas que deberían desecharse- sin el mínimo sentimiento de culpa por la muerte –física, social o emocional- que habrá de producirse por carecer de recursos que afronten dichas necesites colectivas. En este crecimiento del cinismo, del cual participan aspirantes al poder autoritarios, frustrados que optan por el suicidio, comunicadores que le dan mayor importancia hundimiento de un yate que a la explotación de personas a las que compran y venden como si fueran cosas, resulta difícil distinguir quien tiene mayor grado de cinismo ¿El vendedor ambulante de jugo de naranja que le agrega agua o el que da rienda suelta a su odio y uso de la venganza en contra de quien sea diferente: enano, alto, judío, gitano, rico o pobre, abortista o supuesto defensor de la vida, llanero indígena, citadino en fin todo aquel que produce incomodidad al que prefiere ejercer la holgazanería y el autoritarismo.

[1] Cualquiera de las variables de cristianismo como sería el caso de las católicas, reformadas, ortodoxas; Las aparentemente distintas como el judaísmo o el islam; las rescatadas desde la antropología; indígenas, variables diversas de budismo, cientificismo etc.

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