Pobre entre los pobres, es decir, indígena de la sierra zapoteca del estado de Oaxaca, Benito Juárez llegó a ser presidente de la República durante catorce años, de 1858 a 1872, y ante todo una de las figuras fundamentales de la historia de México; ninguna figura del panteón de personajes históricos nacionales concita opiniones tan encontradas como la Juárez. El rango de divergencia es con mucho el más amplio: de héroe a traidor. El catolicismo no duda en darle trato de verdadero demonio por haber desamortizado sus bienes materiales en beneficio de la Patria durante la Guerra de Reforma (1858-1861). Otra gran fuente de encono la constituye el Tratado McLane-Ocampo, debido al cual Juárez fue calificado por el mismo Vasconcelos como alucinado o hasta traidor. La pertenencia de Juárez a la Masonería es otra de las facetas que produce controversia.

En buena parte estas opiniones divergentes se sustentan en los libros escritos por Francisco Bulnes (El verdadero Juárez y la verdad sobre la intervención y el imperio, 1904: y Juárez y las revoluciones de Ayutla y de Reforma, 1905) y en las que su autor no duda en acudir incluso al racismo en contra de los indios para atacar al Benemérito. Por su parte y en respuesta a estas verdaderas diatribas en contra de Juárez, Justo Sierra le consagró a Juárez su obra más madura como historiador: Juárez su obra y su tiempo.

Juárez y Maximiliano

Cuando los ejércitos de Napoleón III invadieron el territorio mexicano en 1862, Benito Juárez bajo muy adversas condiciones impuso la derrota al usurpador Maximiliano, emperador de México de 1864 a 1867. La victoria de las armas nacionales decretó entonces la muerte del invasor extranjero. La condena de fusilar a Maximiliano suscitó presiones en el exterior y en el interior, algunas hechas por reconocidas celebridades europeas, como Víctor Hugo, escritor francés (1802 -1885) y Giuseppe Garibaldi, militar y político italiano (1807 –1882). Juárez fue inflexible. Sostuvo que Maximiliano había sido condenado a la pena de muerte por los crímenes cometidos contra una nación independiente; su condena era el castigo merecido a las potencias imperialistas y a las monarquías absolutas, acostumbradas a avasallar a los países débiles.

Nombre, Benito Juárez; alias, Guillermo Tell

La noche del 15 de enero de 1847, cuando Benito Juárez fue ungido como aprendiz masónico, debía elegir un nombre simbólico, dicho apelativo fue Guillermo Tell, un legendario héroe suizo del siglo XIII cuya historia había alcanzado difusión internacional gracias al drama teatral Wilhelm Tell (1804) de Friedrich Schiller, que a su vez inspiró la ópera Guillaume Tell (1829) del italiano Gioacchino Rossini. Se dice que lo más seguro es que Juárez haya conocido de Guillermo Tell por la vía literaria, pues además del zapoteco leía y escribía el español, el latín y el francés.

Desde luego causa asombro tal identificación de Juárez con Tell, pues más allá del origen humilde de ambos, su destino patriótico fue igual: liberarse de un enemigo común: el imperio austriaco, el mismo que sojuzgara Suiza en tiempos de Tell y que, en el México de 1864, personificaba el archiduque Maximiliano de Habsburgo, emperador de Austria.

Honestidad picante

Decía Daniel Cosío Villegas: «Admiro a Juárez por una última razón, que en su tiempo poco o nada significaba, pero que en los nuestros parece asombrosa, de hecho increíble: una honestidad personal tan natural, tan congénita, que en su época no fue siquiera tema de conversación y mucho menos de alabanza».

A manera de ejemplo, tenemos un documento que ilustra la transparencia con que administraba los dineros de la casa presidencial y que lo llevaba a registrar de su puño y letra hasta los alimentos que consumía, este es el correspondiente al 16 de junio de 1872: «Vinos: media copa Jerez, Burdeos, pulque, sopa tallarines, huevos fritos, arroz, salsa picante de chilipiquín, bistec, frijoles, postre y café. Entre una y dos de la tarde. En la noche. A las nueve una copa de rompope, copa chica».

Paradójicas reacciones oficiales

Un par de reacciones oficiales alrededor de la figura de Juárez retratan de manera ejemplar el distinto aprecio que se le tiene al personaje: en 1970, el gobierno priista de Luis Echeverría Álvarez, a través de su Secretaría de Gobernación censuró el programa televisivo de Manuel «El Loco» Valdés por llamar al Benemérito de las Américas, Don Benito Juárez, «Bomberito Juárez» en un chiste. Por su parte el panista Vicente Fox, luego de tomar posesión como presidente de la república en el año 2000 mandó quitar de Palacio Nacional un cuadro con la efigie de Juárez y puso en su lugar uno de Francisco I. Madero. Juárez siempre estará en la encrucijada de la historia, desatando tormentas a favor o en contra.

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