Hace unos días se anunció el acuerdo entre el próximo presidente de la República y la iniciativa privada para concretar una de las promesas de campaña con las que, bajo el estribillo «Becarios sí, sicarios no», el tabasqueño esperanzó a miles (tal vez millones) de jóvenes. Los empresarios darán trabajo a 2.6 millones de becarios que recibirán un sueldo de tres mil seiscientos pesos mensuales, pagado por el gobierno. Está por verse si este plan estelar de AMLO efectivamente inhibe el ingreso de la juventud a actividades delictivas. Mi opinión es que no es suficiente, pero puede ser un paliativo; habrá que considerar que en la forma de ejecutarlo radicará también su efectividad. ¿Qué tal si hubiera una forma de que este programa sirva de plataforma para un cambio social de mayor transcendencia?

Buena parte de esta enorme fuerza laboral (material e intelectual) podría destinarse a que los jóvenes ejerzan como promotores de legalidad (suena exótico en México), algo así como un servicio social pagado donde el tema no sólo sea emplearlos sino capacitar a toda una generación de mexicanos hacia un gran fin común: el respeto a la ley.

Imaginemos que prácticamente en cada esquina importante de las ciudades hay un joven becario que ha sido capacitado en materia de vialidad, civismo y ética. Otros estarían detrás de cámaras o generando sistemas ad hoc. No solo podría señalar infracciones sino podría infraccionar, serían representantes de la ley para peatones y conductores, millones de mexicanos que todos los días de manera flagrante comenten infracciones o las ven cometer, sin que haya consecuencias. El asunto central no es la vialidad sino la forma en cómo enfrentamos la ley y ejercemos consecuencias en este país. Si somos capaces de poner orden en este tema «menor», si somos capaces de erradicar la corrupción en este terreno tan cotidiano, estaremos en posibilidad de escalar un cambio de conducta positivo.

Mi tesis es muy radical: mientras haya tantos ciudadanos que no cumplen la ley vial, en México seguirá habiendo corrupción a todos los niveles públicos y privados, pues seguiremos haciendo del desprecio a la ley y de la impunidad un modus operandi (es decir, una práctica cultural). Esta acción debería complementarse con un programa oficial donde se exija que absolutamente todos los tenedores de una licencia de manejar refrenden el privilegio de ejercerlo (en EU el permiso de manejar se considera un privilegio que otorga el Estado; las penas severas incluyen su cancelación definitiva) a través de aprobar un nuevo examen. Si vemos esto como un vía crucis, entonces resignémonos a tener un país sumido en la corrupción e impunidad.

La vialidad es la gran arena de la convivencia social, un crisol desde donde cimentar un cambio de conducta. Sembrar orden y cumplimiento generalizado en un tema cotidiano y visible tendría un efecto de contagio positivo hacia otros temas vistos como más serios. López Obrador considera que su solo ejemplo es suficiente, estimo ingenuo pensar así. El ejemplo será suficiente cuando sea generalizado, cuando la población se indigne al ver una infracción, cuando una falta vial se considere una excepción y no, como hoy, una práctica social que heredamos de generación en generación.

En Israel el servicio militar es obligatorio para hombres y mujeres, casi tres años forzosos antes de entrar a la universidad. Tienen jóvenes con responsabilidades militares enormes que han desarrollado capacidades extraordinarias para su vida profesional. ¿Será mucho pedir en México que jóvenes que hoy ni estudian ni trabajan den un servicio trascendente a su país, a su sociedad y además pagado?

Lo que más le duele a México no es que no haya trabajo. El mayor dolor está en la falta de un Estado de Derecho, en la impunidad y en el desprecio generalizado a la ley, que en conjunto inhiben la creación de empresas, fuentes de trabajo y la consecuente derrama de beneficios que da el crecimiento económico. Si no podemos cambiar en temas menores, no vamos a cambiar en asuntos mayores. La metáfora de que las escaleras se barren de arriba para abajo es desafortunada para entender el complejo fenómeno de la corrupción.

No necesitamos una escoba sino un cambio sistémico.

@eduardo_caccia

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