Hace casi 160 años Abraham Lincoln, quien se tituló como abogado sin instrucción formal, tomó posesión como presidente de Estados Unidos tras ganar la elección con menos del 40 por ciento de los votos. En su discurso inaugural se dirigió a una nación que estaba a semanas de entrar en una guerra civil que duraría todo su primer mandato. Lincoln reconoció el momento que su país pasaba y el riesgo de que la Unión se deshiciera, por eso dedicó sus primeros cuatro años a luchar por preservar esa unión de estados americanos y evitar la secesión de los estados del sur.

Lincoln es considerado uno de los mejores presidentes de la historia americana, no sólo por haber logrado mantener al País unido, aun a pesar de cientos de miles de muertes en la guerra civil, sino por su claridad de mente y su visión, a veces terca, de que la Unión en el largo plazo estaba por encima de todo. Para cuando Lincoln pronunció su discurso del 4 de marzo de 1861, varios estados habían declarado que dejarían la Unión y la incertidumbre entre los estadounidenses alcanzaba niveles nunca antes vistos. Lincoln pudo ver que aun aquellos que querían separarse o incluso ir a una guerra civil eran sus compatriotas, y apostó a que después de cualquier conflicto que fuera inevitable o necesario seguirían siendo compatriotas sin importar el color de su uniforme, el acento de su inglés o si estaban bajo el mando de Lee o Grant. Es probablemente ese el mayor acierto de Lincoln; reconocer que los compatriotas siempre serán compatriotas y que la constitución le mandaba a él preservar la unidad nacional sobre todas las cosas mientras fuera él quien estuviera a cargo.

Es al final de ese discurso inaugural donde apela directo a los ciudadanos: “No somos enemigos, sino amigos. No debemos ser enemigos. Aunque la pasión haya tensionado nuestros lazos de afecto, no podemos dejar que se rompan. Los acordes místicos de la memoria que se extiende desde cada campo de batalla y tumba de un patriota, a cada corazón viviente y hogar, por toda esta vasta tierra, todavía aumentarán el coro de la unión, cuando vuelvan a ser tocados, como seguramente lo serán, por los mejores ángeles de nuestra naturaleza”.

Hay mucho debate acerca de a qué se refirió Lincoln con esas últimas cinco palabras referentes a “los mejores ángeles”. Existe cierto consenso que la referencia a “ángeles” implicaba que, bajo circunstancias o condiciones de extrema urgencia, peligro o incertidumbre es necesario buscar dentro de nosotros mismos algo que no aflora naturalmente o con frecuencia, encontrar fortaleza para actuar o pensar de una forma más profunda y hasta casi iluminada para poder sortear los retos que enfrentamos.

Pudiera ser injusto tratar de comparar a cualquier líder político moderno con Lincoln. Pero no deberíamos pensar que es tonto esperar que nuestros líderes sean capaces de ver cómo otros sortearon momentos difíciles, empezando por la forma en la que se alinean las palabras con las acciones y cómo se busca la unidad de los ciudadanos. A veces las palabras se descartan, especialmente cuando las dice un político. Pero siguen siendo una herramienta poderosa cuando se usan correctamente para delinear planes y convencer consciencias. En tiempos de la 4T, no podemos dejar de señalar que las palabras de discordia, y no de unión, se usan con mucha frecuencia y con poca responsabilidad, especialmente por aquellos que tienen el poder, los micrófonos y las plumas. No podemos esperar a que la amenaza sea la de una guerra civil para que líderes, influyentes y ciudadanos de a pie apelemos a nuestros “mejores ángeles”.

 

@josedenigris

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