Azuzados por Palacio Nacional, voces morenistas están curándose en salud. Se preparan en caso de que el domingo sean derrotados en las urnas.

Habría, desde luego, que definir qué es derrota para ellos, porque retener la mayoría absoluta, aunque no la calificada, en la Cámara de Diputados, más ganar nueve de las quince gubernaturas, sería una gran victoria que tendrían que celebrar. Pero, hace tres meses, AMLO, el gobierno y Morena esperaban arrasar manteniendo la mayoría calificada y quedándose con 14 gobernadores.

Origen es destino y Morena regresa al viejo discurso de un posible fraude electoral como resultado de un gran complot internacional. Mencionan a sus sospechosos usuales: grandes empresarios, intelectuales orgánicos, periodistas corruptos, las autoridades electorales, el gobierno de Estados Unidos, la CIA, Hollywood, el Fondo Monetario Internacional, las siete hermanas petroleras y, desde luego, el “especulador” judío George Soros.

Hace unos meses, el presidente López Obrador presentó en su conferencia matutina un supuesto documento que delataba la existencia de un grupo político denominado Bloque Opositor Amplio (BOA). Mi nombre aparecía en la lista de los que estaban complotando para ganarle las elecciones al gobierno el seis de junio. Desde entonces, otras plumas cercanas a AMLO me han mencionado como parte de una gran conspiración.

En lo que a mí toca, nunca me han invitado ni he participado en un complot de estas características.

Ni nadie ha comprobado empíricamente la existencia del BOA y/o de complejos esquemas de conspiración que muchos traen en la cabeza.

Por lo demás, varios de los mencionados tendrían todo el derecho de aliarse en una democracia liberal para fortalecer a la oposición. Me refiero a empresarios, organizaciones de la sociedad civil, académicos, intelectuales, periodistas y toda aquella persona física o moral que le disguste cómo ha gobernado AMLO estos tres años. Faltaba más.

Lo que no se vale, porque está prohibido por la ley, es la intervención de gobiernos, entes o personas extranjeras en los comicios, salvo aquellos individuos u organizaciones internacionales que se registren en el INE como observadores electorales. Eso sí se vale.

Desde que AMLO presentó el documento apócrifo del BOA, el Presidente ha insistido en que en el complot participan consejeros del INE y magistrados del Tribunal Electoral, es decir, los árbitros de la contienda. Los incluyen para culparlos en caso de que les vaya mal el domingo. Van a argumentar, como lo han hecho en el pasado, que los árbitros estaban vendidos y, por tanto, las elecciones resultaron fraudulentas. En otras palabras, como mencioné arriba, se están curando en salud.

Insisto, una cosa es que grupos de personas se unan para organizar y apoyar a la oposición, lo cual es absolutamente legítimo en una democracia liberal, y otra muy diferente es que exista una gran conjura para arrebatarle el poder al gobierno, de preferencia a la mala.

Pero la izquierda, y por buenas razones, siempre ha sido paranoica. En el caso del gobierno mexicano, la paranoia se junta con la preparación del terreno mediático para alegar un supuesto fraude.

Y hay que decir que, del otro lado, también aparecen voces que hablan de complots: los que están conspirando para que México se convierta en Cuba o Venezuela. Sus sospechosos usuales son universitarios revoltosos, intelectuales marxistas, periodistas financiados por el extranjero, los gobiernos bolivarianos, el Foro de Sao Paulo, la agencia de espionaje rusa, Irán y, desde luego, el “provocador” judío Avram Noam Chomsky.

La diferencia es que el supuesto complot opositor es fomentado desde el mismísimo Palacio Nacional con la intención de generar miedo de que podríamos regresar a los gobiernos corruptos del pasado y sembrar el discurso de un posible fraude electoral en caso de que sea necesario.

Que el presidente López Obrador avive teorías de la conspiración habla de su falta de talante democrático. La palabra “derrota” no existe en su diccionario. Él siempre gana porque históricamente está destinado a ello. Si pierde es porque fuerzas oscuras se conjuraron para vencerlo.

Por supuesto que hay quienes quieren pararlo y, eso, en una democracia, es legal y legítimo si se hace de acuerdo con las reglas establecidas. De ahí que meta en una licuadora a todos los que le caen mal y los revuelva para “exhibir” una pócima venenosa es otra cosa. Habla no sólo de su paranoia sino de lo asustado que está de que a lo mejor no se lleva todas las elecciones que pensaba que ganaría sin problemas hace tres meses.

 

           Twitter: @leozuckermann

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