Stephen Hawking definió la inteligencia como la capacidad de adaptarnos a los cambios. Vaya que necesitaremos usar toda la que tengamos para enfrentar, durante mucho tiempo más, las alteraciones que ha provocado esta crisis sanitaria y sus consecuencias en, prácticamente, todos los aspectos de nuestra vida cotidiana.

En una ciudad con grandes retos por solucionar, adaptarse es un requisito de supervivencia y de convivencia. Sin embargo, la prueba a la que nos somete todavía la pandemia debe llevarnos hacia una nueva forma de organización ciudadana que, por fin, establezca un tejido social fuerte y extendido por sus alcaldías.

Entre los principales problemas que tiene cualquier capital del mundo, existen tres en los que podemos influir con decisiones simples, pero poderosas, para cambiar las condiciones en las que nos desarrollamos: movilidad, consumo y cuidado de los recursos.

Con el coronavirus presente por varios años, adoptar (y adaptarnos) al uso de la bicicleta será la diferencia para lograr desahogar avenidas, circuitos, periférico y calles principales, de un tráfico vehicular que ya no tiene espacio desde hace mucho tiempo.

Si la Ciudad fuera un cuerpo, estaría a un paso de una esclerosis fulminante por la obstrucción constante de venas y arterias, en este caso, transitadas por cientos de miles de vehículos.

El aislamiento voluntario y la jornada de sana distancia demostraron que sí hay espacio para más kilómetros de ciclovías, además de que las distancias que recorremos pueden hacerse y disfrutarse en medios de transporte individuales, no contaminantes y que provoquen la actividad física mínima necesaria, hoy urgente para nuestra salud, junto con una dieta balanceada.

Esto último nos lleva al segundo aspecto en que podemos incidir de inmediato: el consumo. Está comprobado que la economía se fortalece con la presencia de ciclistas y peatones que se detienen en los comercios de barrio.

Además, como ya ocurrió en París o Nueva York, usar los espacios reservados para autos y tomar parte de las banquetas, entre otros sitios, detuvo la caída de la industria restaurantera y del comercio en pequeño, mientras apoya al sector hotelero a recuperarse.

Ésta es una metrópoli de servicios y sólo con subirse a una bicicleta o caminar sobre aceras amplias e iluminadas haría que el rebote económico fuera rápido y eficaz.

Éste no es el único aspecto del consumo. Van varios intentos por aprovechar los miles de metros cuadrados que existen ociosos en azoteas, terrazas, balcones, áreas comunes, jardines y jardineras para sembrar alimentos que complementen y apoyen el gasto familiar.

El autocultivo, a la par del plan oficial de reforestación, podría generar miles de toneladas de alimentos frescos en medio de la crisis económica mundial más severa en 100 años.

Técnicas e información sobran, lo que urge es convencer a las y los capitalinos de sembrar desde sus balcones o rehabilitar esa zona del edificio que hoy es basurero. Más en una urbe que es rural en su mayor parte del territorio y no urbana como se piensa.

Ahí también hay una enorme área de oportunidad de ayudar a productores de la CDMX.

No obstante, hacer crecer cualquier cosa requiere agua. Sin agua, nada, ni los problemas pueden existir.

Es el tercer cambio que podemos ayudar a provocar. No podremos cantar victoria sobre esta pandemia, si no contamos con el agua necesaria para lavarnos las manos, desinfectar y acostumbrarnos a hábitos de higiene.

La temporada de lluvias ha sido otra oportunidad perdida para cosechar y cuidar el agua que nos regalan desde el cielo.

No sé cómo vaya el aprovechamiento a través de cerrar la llave, poner una cubeta en la regadera y reducir el desperdicio en casa, pero se trata de costumbres que no observo ya en muchos sitios.

Es imperativo que tengamos una conciencia colectiva de que sin agua, no hay ciudad. Punto.

Estas tres acciones, oportunas para adaptarnos a la nueva realidad, pueden empezar desde hoy y extenderse a nuestros círculos más inmediatos. No demandan más que voluntad, compromiso y organización comunitaria.

Si la inteligencia se puede medir por grados de adaptación, también la supervivencia y, sobre todo, el crecimiento individual y social que transforme a la Capital en una ciudad no sólo que resista, sino que progrese todo el tiempo.

*PRESIDENTE DE CONFIANZA E IMPULSO CIUDADANO

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