El próximo 20 de enero,  Donald Trump iniciará su  segundo mandato al frente del gobierno de la po tencia económica, política y militar más importante del mundo. Sin duda,  su regreso crea más desafíos que incertidumbres,  ya que se conocen de manera amplia sus posturas,  planteamientos y arrebatos en distintos frentes;  siendo para México especialmente relevantes los  relacionados con el nacionalismo y el proteccionismo económico. 

Si algo caracteriza a  Donald Trump como gobernante es su postura ideológica reactiva, disruptiva y combativa hacia  los movimientos y pensamientos considerados progresistas, que tienden a visibilizar, reconocer y favorecer los  derechos de las minorías, especialmente de migrantes no blancos. Es un populista de derecha que defiende a su pueblo, siempre y cuando este sea de herencia europea,  el cual, según su visión, está perdiendo supremacía en  el territorio norteamericano. 

En este contexto, es previsible que su postura contra  la inmigración ilegal se exacerbe, influenciado por el  mayor poderío que un Congreso favorable le permitiría.  Retomará el símbolo de su política migratoria continuando  la construcción de un “muro” tanto en la frontera norte  como en la sur de México, respaldado por los votantes  que se consideran afectados por el impacto económico y  cultural de la inmigración. Cabe recordar que en Estados  Unidos se localizan aproximadamente 11 millones de migrantes indocumentados, siendo 5 millones mexicanos. 

Las presiones sociales, económicas y financieras para  nuestro país serán muy significativas, en tanto las oleadas de migrantes provenientes del sur se concentren en  la frontera norte y se combinen con deportaciones masivas. A pesar de lo previsible de esta situación, paradójicamente, el gobierno federal ha reducido para 2025 en un 10.41% el presupuesto destinado a la atención migratoria, lo que complicaría la posible respuesta de las  autoridades mexicanas. Claramente, las prioridades del gobierno federal no están en este rubro. 

Lo que sí tiene prioridad para nuestro gobierno es la postura proteccionista de la renovada administración  Trump. Recordemos que durante el primer mandato se renegoció el TLCAN, llevando a la firma del Tratado entre  México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC). Ciertamente  se aseguró la continuidad del comercio entre los tres países; sin embargo, se aceptaron nuevas reglas que afectan a sectores clave como el automotriz, laboral y agrícola. Curiosamente, en 2026 se revisará o volverá a negociar el T-MEC, lo que acrecentará las tensiones comerciales dada la retórica proteccionista de Trump, quien amenazará nuevamente con imponer aranceles para favorecer a la industria estadounidense, especialmente  a automotriz frente al supuesto auge de la industria china en nuestro país. La incertidumbre en los mercados ha aumentado notablemente y se ha manifestado con  el freno en un número significativo de inversiones anunciadas, destacando una caída es trepitosa del 45.6% en nuevas inversiones al tercer trimestre comparado con el año anterior. 

Ahora bien, los escenarios no son del todo desilusionantes; también existen oportunidades. La relación comercial bilateral es sólida y altamente beneficiosa incluso  sin tratado. Además, la trascendente interdependencia  desarrollada a lo largo de la frontera en el ámbito comercial y productivo no puede ser eliminada por una postura ideológica. La relocalización de cadenas de suministro— especialmente en sectores como manufactura, tecnología y energía renovable—no ha perdido su potencial; sin embargo, se requiere darle prioridad. Para ello será necesario  fortalecer la infraestructura, mejorar la seguridad y garantizar un entorno político y económico estable. Necesitamos  cerrar filas ante un objetivo común. 

El autor es presidente de Consultores  Internacionales, S.C.® 

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