Ahora que ganó López Obrador la Presidencia, en su tercer intento, y está a punto de tomar posesión, repite el reclamo de que le robaron las elecciones en 2006 y 2012. AMLO, lo sabemos, nunca ha admitido una derrota. El asunto es particularmente doloroso en el caso de la elección que perdió por una diferencia mínima de 0.52% en contra de Calderón. Para refrescar la memoria, he regresado al libro de Carlos Tello Díaz2 de julio, la mejor crónica de lo ocurrido en esa jornada electoral, un libro que generó tanta polémica que su autor no pudo presentarlo porque un piquete lopezobradorista
impidió que se llevara a cabo dicho evento.

Tello revela que AMLO admitió a su círculo más íntimo, entre las nueve y diez de la noche del 2 de julio de 2006, en un momento de humana debilidad, que había perdido la elección, lo cual nunca reconoció en público. Dice el autor que uno de los que escuchó la confesión la comentó “en los primeros días de julio, con al menos tres personas, a través de las cuales tuve conocimiento del episodio. Mis fuentes para recrear esta escena, que es clave, son entonces indirectas, pero confiables”.

En la misma nota, Tello menciona que dos de las personas que, supuestamente, escucharon la confesión, César Yáñez y Federico Arreola, “negaron tener conocimiento de lo dicho por el candidato”.

Un tercero, José María Pérez Gay, quien falleció en 2013, se rehusó a contestarle ya que él mismo estaba escribiendo un libro sobre el tema. En todo caso, una vez publicado 2 de julio, tanto Pérez Gay como Arreola tildaron a Tello de mentiroso. Cada uno en su estilo particular. El primero, en un artículo agudo y lapidario en La Jornada. El segundo, gritándole en la cara a Tello en un lamentable programa de televisión conducido por Carmen Aristegui.

En 2007, todavía con los ánimos muy caldeados, la prensa le dio mucho vuelo a la anécdota de “perdí” del libro de
Tello. Es lo que causó más escándalo y, paradójicamente, generó una mayor venta del libro.

Qué bueno, porque 2 de julio, más allá del asunto de AMLO reconociendo su derrota, es un texto magnífico, como suelen ser los de Carlos Tello. Una crónica bien escrita que captura el dramatismo de una jornada histórica. El lector, que ya conoce el desenlace, se engancha al conocer, hora tras hora, lo sucedido tras bambalinas en las diferentes casas de campaña, el Instituto Federal Electoral, los medios y las empresas encuestadoras.

2 de julio reconstruye las reacciones de los diferentes actores a lo largo de la jornada y, sobre todo, cuando quedó claro que la elección estaba empatada a partir de las muchas encuestas de salida y conteos rápidos que se levantaron ese día. AMLO no quiso aceptar la información que reportaba un empate, incluso la de su propia encuestadora, Ana Cristina Covarrubias. En su lugar, comenzó a mentirse a sí mismo y a los demás.

No dudo que nunca haya reconocido que perdió, como afirmaron Pérez Gay Arreola. El problema es que tampoco admitió que la elección estaba empatada. Para él, sólo había un escenario posible: ganar.

Por eso, desconoció la realidad y empezó a contarse a sí mismo y a sus allegados una historia diferente. En ese momento se gestó la narrativa de lo ocurrido ese día para la izquierda. En la mañana, cuando pensaban que ganarían, alababan al IFE; en la noche, cuando sabían lo que no querían saber, comenzó a surgir la historia del fraude.

Por su parte, en la casa de campaña de Calderón, el encuestador del PAN, Rafael Giménez, le informó al candidato que la elección estaba empatada. “Y en ese momento sale Ugalde. Y entonces sí ya sabemos que está muy cabrona”. Los panistas, al igual que los perredistas, odiaron al consejero presidente del IFE por no haber anunciado al ganador esa noche; lo tildaron de “cobarde y puto”. Pero Calderón y su equipo no se sorprendieron por el anuncio. Sabían que no había manera de definir al ganador en ese momento. El candidato panista se preocupó, pero, a diferencia de AMLO, aceptó la realidad.

Fue hasta las cuatro de la mañana del 3 de julio cuando, con base en los resultados del PREP, los calderonistas concluyeron que habían ganado. El contraste de las reacciones de AMLO y Calderón fue revelador. Hasta el final de la contienda, como fue el caso a lo largo de ésta, hubo un candidato que sistemáticamente rechazó los resultados de encuestas y conteos rápidos y otro que los admitió, a pesar de estar abajo, arriba y empatado.

AMLO negó la realidad, Calderón la aceptó. Ésa fue la diferencia. A México lo gobernó el que demostró tener los pies en la tierra, no el que inventó una fantasía. Todo parece indicar que, ahora que Andrés Manuel López Obrador se convierta en Presidente, que promoverá el revisionismo del 2 de julio de 2006: la historia del supuesto fraude será la versión oficial que se impulsará desde el poder.

                Twitter: @leozuckermann

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