¿Es lícito y moralmente aceptable tener esclavos? La pregunta sonó descabellada en el siglo XVIII, cuando el comercio humano era visto como algo normal e incluso como una forma de poderío económico. En aquel tiempo la respuesta obvia y mayoritaria era «por supuesto que sí». A más de 200 años de distancia de aquella «normalidad», la postura ha cambiado diametralmente.

La historia documenta casos donde la forma de pensar de una sociedad, sus valores y creencias, y por lo tanto su forma de actuar, cambiaron a través del tiempo, producto de procesos de ingeniería social donde gradualmente se modificaron conductas. Entender cómo se dan estos procesos puede ser útil para quienes quieren un cambio para México. El problema, lo anticipo, es que estas herramientas son como un bisturí, en unas manos salvarán vidas, en otras producirán asesinos seriales.

Evoquemos los esfuerzos del Tercer Reich para inculcar su visión nacionalsocialista del mundo, el progresivo y eficaz mecanismo que gradualmente fue incluyendo en la opinión pública la duda, el rechazo y el desprecio por todos aquellos que no fueran parte de la «raza superior». En nombre de esa ideología miles de personas asesinaron a millones de seres humanos convencidos de que estaban en lo correcto, de la misma forma en que la sociedad británica y sus colonias en el siglo XVIII veían con normalidad la esclavitud.

¿Es posible cambiar la mentalidad de una sociedad? Es absolutamente factible, de ahí mi esperanza en que procesos culturales como la corrupción son reversibles. El combate a la corrupción será la parte neurálgica del tablero de ajedrez de las próximas elecciones presidenciales. Todos los candidatos se manifestarán (como lo han hecho ya durante esa escenografía de campaña llamada precampaña) a favor de un combate a la corrupción. La forma en cómo piensen combatirla debería ser uno de los grandes factores para decidir el voto, más allá de filias y fobias.

Thomas Clarkson fue uno de los pilares que cambiaron la forma de pensar de la sociedad hasta influenciar al gobierno británico para prohibir la esclavitud en el siglo XIX. Al principio su lucha fue vista como impensable y descabellada, pero aceptada y aplaudida al final. Ese cambio de pensamiento social lo estudió Joseph Overton y lo bautizó como La Ventana Overton, una teoría política que sostiene que en cualquier momento dado hay ciertos temas que son políticamente correctos mientras que, por exclusión obvia, otros son políticamente incorrectos. Lo que hace que una sociedad pase de considerar aceptable la esclavitud, a rechazarla, es el movimiento del pensamiento social que pasa por etapas definidas (imaginemos una línea horizontal donde los extremos muestran las posturas antagónicas): impensable, radical, aceptable, sensato, popular, políticamente correcto (aquí está el centro de la línea), popular, sensato, aceptable, radical, impensable.

El proceso (que no pretendo explicar cabalmente aquí) implica a medios de comunicación, noticias, entretenimiento y cualquier manifestación de la cultura popular (como los «memes» de hoy en día). Bien usada, la herramienta sería efectiva para cambiar comportamientos adversos. Muchos mexicanos hoy roban combustible. Ese delito ha pasado de impensable a radical a aceptable a sensato y a popular (en ciertas comunidades), sólo faltaría que quede permitido en la legislación bajo el argumento de que el combustible es de todos los mexicanos, y así como la tierra es de quien la trabaja, la gasolina es de quien la extrae (de los ductos). Habría que pasar al otro lado, para que de ser popular sea impensable.

Obras como Un mundo feliz y 1984 retratan el condicionamiento masivo de personas. Desde el soma que produce felicidad, la hipnopedia y el aprendizaje neo-pavloviano en la novela de Huxley, hasta la repetición de consignas como «la guerra es la paz», «la libertad es la esclavitud», «la ignorancia es la fuerza» en el libro de Orwell, o hasta el Fake News trumpiano, el dilema humano es cómo encontrar la felicidad y la armonía mientras nos debatimos entre conservadores y liberales, o los extremos que ustedes quieran.

¿Quién define felicidad, bienestar social, moral? En ese territorio, angosta ventana, reside nuestro potencial conflictivo y nuestra esperanza.

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