En la entrevista que David Letterman hace a Barack Obama (la puedes encontrar en Netflix), el expresidente señalaba una disyuntiva de los medios digitales y expuso un ejemplo que dibuja lo que yo llamo la “escafandra digital de información”. En un experimento realizado durante la Revolución egipcia (la Primavera Árabe), si tomas a tres personas con perfiles políticos distintos en la Plaza Tahrir, digamos a una liberal, otra conservadora y otra moderada, el resultado será que al teclear en Google “Egipto”, las tres obtendrán información muy diversa. La liberal encontrará información sobre la revolución, la conservadora sobre sus hermanos musulmanes y la moderada sobre destinos de vacaciones en el Nilo. Lo que Obama revela es la manera en la que los algoritmos de los medios digitales reafirman los prejuicios y crean burbujas de información; resaltaba en su reflexión cómo la consecuencia de esa segmentación es el de una sociedad polarizada que no comparte una base común de hechos.

Tocado por esa tensión me di a la tarea de explorar medios digitales, sobre todo de la generación joven que representará más de la mitad del padrón electoral en la siguiente elección. Me sorprendí de un elemento que contrasta con las formas del diálogo que se derivan de la generación previa.

Existe una apertura distinta al diálogo. Déjame lo explico: en un medio tradicional, digamos, en un programa de opinión política de la televisión, se observa una mesa circular rodeada de especialistas y de personas con largas trayectorias. Pero difícilmente podemos saber, de su propia voz, si uno u otro personaje están pintados de algún color en particular. Los comentaristas siguen la premisa de la neutralidad ejercida por el voto libre y secreto, y critican y cuestionan. Igual que el presidente, y seguramente guiados por una responsabilidad ética, se ven obligados a no decantarse por una postura y a no establecer cuál es su color favorito. Aunque, a veces, como en el caso del presidente, su postura sea obvia. Pero desde esa aparente neutralidad y seriedad, el diálogo se fundamenta en una ríspida confrontación en la que muchas de las veces prevalecen las descalificaciones y la poca posibilidad de intercambiar.

En algunas muestras de diálogo que exploré de medios representados por jóvenes menores de treinta años, uno se sorprende al encontrar una estructura contrastada. En primer lugar, la mayoría de ellos están abiertamente coloreados por un partido o una postura. Además, en vez de optar por la seriedad, usan la sátira y la risa como mecanismo de diálogo, se tiran y se destrozan haciendo alusión a la postura contraria, pero en esas reflexiones aparecen destellos del diálogo. Como muestra de la aceptación valga reflexionar el lenguaje. La palabra nigger expresa el racismo americano; los negros comenzaron a llamarse nigger en la medida en que abarcaron una postura de burla de dicha segregación y haciendo que ese vocablo despectivo resignificara su cercanía. En México, el vocablo chairo comenzó siendo una etiqueta despectiva regularmente asociada a la postura de izquierda y es una metáfora. Hace alusión a la chaira del carnicero que al afilar un cuchillo se parece al movimiento que un hombre hace al masturbarse. “Chairo” es el equivalente a alguien de izquierda cuyo ideal lo lleva a hacerse chaquetas mentales. Entre los jóvenes menores de treinta, “chairo” y “derechairo” es hoy una etiqueta que define su postura. En el lenguaje se dibuja una ruptura y se desacraliza la política, se profanan las barreras sociales.

Un diálogo sin intercambio y negociación es una quimera, la duda es bajo qué estructura se están generando más intercambios. ¿En la de la seriedad y la neutralidad o la de la burla y la transparencia? Yo, tal vez siendo idealista, veo en las nuevas generaciones algo de luz. Véase a dos personajes como Antonio Attolini y Callo de Hacha dialogar y tomar una cerveza a pesar de sus claras diferencias; reconocer la apertura a la argumentación cuando se habla de temas como la puesta en duda del proyecto del AICM (Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México) en los Econochairos; o ver cómo un tapiz multicolor de creadores de memes dialogan en una mesa organizada por Nación 321 y el Financiero Bloomberg, son indicios de prueba de un diálogo distinto.

En La crisis de la sociología académica en México, Fernando Castañeda Sabido describe la importancia de los medios como expresión democrática y de pluralidad. Cercana a la coyuntura política del 2000, la reflexión del sociólogo mexicano apuntaba una diferencia. El periódico Reforma era la expresión de un nuevo medio comparándolo con otros como La Jornada. El trasfondo del argumento es el de la estructura de dichos medios y la diversidad de opiniones y puntos de vista que el lector encuentra. El florecimiento de medios más heterogéneos que contrastan con medios más homogéneos era el reflejo de un tejido social en transformación, más plural y democrático. Las estructuras narrativas son expresión de las estructuras sociales.

Me gustaría ver un debate presidencial con moderadores que claramente expresan su filiación y aceptan los argumentos distintos, los escuchan; me agradaría que la transparencia y la toma de postura sean la base para intercambiar argumentos. No sé si, como observaba Castañeda Sabido, hoy los medios digitales nos están llevando a una expresión de mayor pluralidad y apertura encabezada por esa generación millennial. Lo que sí sé es que, de ser cierto que existe una gramática del diálogo distinta en estas nuevas generaciones, debemos buscar una salida a “la escafandra de la información” y a la manipulación de esas pequeñas tribus. Debemos aceptar las diferencias y encontrar desde la definición de las mismas un camino para dialogar con evidencias. Verificado 2018, parece ser una base para encontrar ejes en común y para derribar la cerrazón de cada una de nuestras tribus; la aceptación de la diferencia, la transparencia y la no descalificación, son una necesidad para el diálogo. Debemos romper la inercia de que somos producto de algoritmos que reiteran nuestra cerrazón a pensar como pequeñas tribus formadas de iguales.

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