Como parte de las actividades de Foodie Fest de Tijuana Innovadora 2016 Creativa, dedicado también a nuestra gastronomía, se llevó a cabo la conferencia “El Vino de la Baja”, sustentada por la sommelier y directora de Culinary Art School, Ana Laura Martínez.

Con mucho conocimiento, pero sobre todo con pasión, la especialista narró a los asistentes la historia de esta milenaria bebida que llegó a América con los misioneros españoles, quienes trajeron bajo el brazo los sarmientos que más tarde se convertirían en vinos emblemáticos de la región como el Misión de Santo Tomás, el primero que se embotelló en Baja California.

“Creo que realmente teniendo sangre de Cristo corriendo por sus venas, como se le considera al vino, es que ellos pudieron hacer esa gran proeza de conquista espiritual. El vino ha significado para nosotros algo que nos hace sentir todavía más bajaclifornianos”, expresó Martínez.

Ya en nuestra historia más reciente está la aportación de los migrantes italianos, españoles, rusos o suizos, que trajeron consigo otras cepas que derivó en un abanico muy interesante, refirió Martínez, “creando mezclas y ensambles muy interesantes que a lo mejor en le Viejo Mundo sería impensable, entonces las uvas también son migrantes”.

Gracias a esa trasmigración, apuntó Ana Laura, ahora existen  vinos representativos de Baja California, siendo los siete más importantes los blancos  Chenin Blanc, Chardonnay, y los tintos Cabernet Sauvignon, “la reina”, Merlot, “el rey”, Tempranillo, Nebbiolo, Carignan y Sirah.

Ese apogeo, ilustró la especialista, ha derivar en tres casas vitivinicolas grandes que dominan el 82 por ciento del mercado, tres medianas que conforman el 12 por ciento, y más de 100 vinícolas pequeñas . “Luego surgen asociaciones, cofradías, clubes del vino, escuelas, “y lo que queremos todos es decifrar qué es lo que nos aporta el vino”.

Y con todos ellos, apuntó Martínez, se desencadenan el ecoturismo, más restaurantes, pan artesanal, resurge el aceite de olivo, se genera economía, “y se enlazan los recursos naturales con los recursos culturales, y la formación de nuevos enólogos, sommeliers y demás, que nos ayudan a conocer y valor una botella de vino”.

No obstante, refirió la conferencista, también existe la parte “no muy agradable”, refiriéndose al 41% de impuesto que tiene que tributar al Gobierno cada botella de vino, “lo que hace que se convierta un producto de élite, y el vino realmente no es eso, es un acompañamiento de nuestros alimentos”.

Acusó que tenemos que ser una sociedad más participativa y menos apática y exigirle a nuestro diputados y gobernantes, a “perdonarle esa carga fiscal a un cada botella que encierra la misma historia de la  humanidad: “La cultura del vino es algo más que tomarte una bebida alcohólica”.

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